Junto a su hermanita, Irene parecer ser una especie de composición poética de una de las personalidades más simbólicas de un lugar llamado la Sierra de la Ventana. Averigüé la ubicación correcta de aquella perdida localidad pampera argentina y deduzco un lugar de impresionante belleza donde se ofrece un desusado relajo al mundo turístico que visita Buenos Aires.
¿Recuerdan mis lectores una ya lejana crónica en la que se mencionó el libro Allá en la Patagonia, cuando estas chicuelas, sus hijas, eran pequeñitas y llegaban a un lugar demasiado peligroso para ellas?
En este otro relato se cuentan las vicisitudes de la familia Brunswig huyendo de la guerra en busca de un hogar en la pampa argentina. Algunos capítulos de esta emocionante novela consisten en la correspondencia que la señora Brünswig enviaba a su madre, la abuela de Irene. Y aquí aparece una nueva información: la escritora llegó a la patagonia con sus tres hijas, la mayor, María, quien hizo la selección de las cartas volcadas en el libro, y las gemelas Asse e Irene.
Irene es pura luz, cuando uno la escucha, escribe ensimismada. Le surgen esas impostergables ganas de invitarse a su casa y dejarse llevar por el susurro de su dulce voz entonando el viento. Irene es el ángel con quien tuve la posibilidad de conectarme, comenta. Sus ojos claros, expresivos, nos hacen suponerla en la plenitud de la vida y seguramente no estamos tan erradas, aclara María con su corazón arrebatado de pulsaciones.
Después, la recopiladora agrega una idea casi fabulosa al describir ese encuentro fortuito con Irene, a quien descubre como confundida durante mucho tiempo, aunque siempre victoriosa frente a las imposibilidades. Dice al respecto: Su fortaleza hizo que hoy pueda seguir tocando su acordeón y cantándole a la vida. La humildad y sencillez la acompañan por los mismos territorios de la primera vez.
¿Acaso no son parecidas por lo trémulo de sus composiciones, las entradas de esos pioneros tanto en Chubut como en Aysén?
Una mirada sesgada hacia el pasado
La vida de estas mujeres y de su familia al entrar en la provincia desconocida constituye una travesía mitológica. Han pasado desde ese tiempo más de ochenta y tres años de una vida plena que denota un transcurso que va quedando muy atrás y casi olvidado. Asimismo, para con nuestros Foitzick, Orellanas, Paichiles o Solíses, está escrito en las estrellas, pero sé que el encanto y el valor de la vejez radican sólo en mirar hacia atrás. El talante de las hermanas desarrolla una comprensión especial para creer que agradecen a alguien el hecho de haber crecido y vivido felices en esos apartados lugares.
La evasión del infierno
La mujer está encima de un arrebato supremo al declarar sin ambages que sus días jóvenes ya se habían convertido tempranamente en una clase de vida durísima e injusta. Parece sentir entonces que las luces de su misma personalidad se encienden con malos presentimientos acerca de la existencia al no poseer todavía una personalidad dura y suficientemente firme para enfrentar tantas adversidades. Dice el respecto que por esos días me amparó un falso orgullo, una arrogancia y vanidad tal, que me hicieron ver que las personas muy a menudo somos muy poca cosa y que, si creemos estar en la más alta cima, podemos terminar desbarrancándonos en un abismo sin fin.
Por aquellos días los únicos momentos felices era ese pequeño grupo de mujeres que junto al padre salían adelante en todos los desafíos. A ellos se sumaba la presencia de innumerables grupos de amigos que hacían posible olvidarse de los problemas y superar toda clase de angustias. Existen cuadros de la época, óleos donde la gente baila y canta alrededor de sus campos fundados, yo creo que embriagados del orgasmo de la paz del aire y de las puertas al compartir una música de violines y flautillas en torno a las fogatas de la tarde. Cómo no. Igual que en los campos del valle, como en Balmaceda, o mucho más cerca de la honorable frontera, donde los gritos a veces se sienten a lo lejos y las humaredas de los asados llegan naturalmente a tocar grupos de distintas nacionalidades.
Recuerdos de Ella Brunswick
Desembarcar en Buenos Aires en 1923 no era algo que pudiera hacerse todos los días para Ella Brunswick. Tres días después abordaría un segundo vapor que las llevaría a San Julián donde viajarían a la estancia Ghío para juntarse con Hermann, su marido. Con gran decepción le dijeron que aún no llegaba. Un señor Gladish se haría cargo de ellas y sus hijas. Conocerían por primera vez una especie de festividad que toda la ciudadela de la estancia celebrara a todo dar, con una caravana de vehículos y bocinazos que clavaban en la piel un ruido que molestaba. No entendieron mucho todo eso, aunque respetaron a sus anfitriones y los abrazaron y palmotearon. Pero nunca se sintieron más desoladas que aquel terrible día al pensar que tendrían que vivir en esos lugares. Una infinidad de perros ladró sin detenerse desde que comenzara la fiesta hasta el día siguiente, cuando el sueño los venció.
Hermann las ayudó con una carta enviada con un jinete. Adquirieron todo lo necesario en la pulpería del lugar, donde acostumbraban a expender todo lo que cualquier persona necesitara para vivir. En el relato destaca el adelanto que significaba entonces no pagar sus compras en el lugar ya que serían descontadas del sueldo de Hermann. La última tarde, un chico salió corriendo y le entregó un sobre azul. La mujer pensó que se trataba de la factura de sus pequeñas compras, así que la guardó en la cartera sin abrirla. Más tarde, cuando se preparaban para la cena, la carta cayó en sus manos y la abrió para ver cuánto costaban las cosas que había comprado. Pero ¡qué susto se llevó! No era en absoluto la factura esperada sino… una carta de amor, con un bello encabezamiento: A la única dama noble de esta región.
Una serie de peripecias y acontecimientos esperarían a estas mujeres en aquel incierto panorama. El chofer y ayudante de su esposo las acarreaba en el auto cuantas veces ellas lo desearan, pero en torno a cada viaje que hacían el viento arreciaba tan fuerte, que los pasajeros iban amarrados en el interior del vehículo, incluidas sus puertas y ventanillas.
Se sumaron rarezas a discreción, como un exquisito pan blanco que hacía la cocinera, una cola de caballo colgada en un cuarto que servía para ubicar las peinetas, grandes peñascos en el camino que parecían verdaderos sarcófagos, una naturaleza grandiosa e imponente. La casa en la que vivirían era humilde pero cómoda, una construcción de adobe de forma rectangular con cuatro habitaciones separadas por un pasillo. Afuera una mediagua para conservar al frío alimentos como la carne y algunas frutas que llegaban de Argentina. Una sala de estar exhibía pieles de animales colgadas de las paredes y coloridas mantas indígenas como manteles en las mesas. Había una gran chimenea en la sala principal adonde convergían dos dormitorios. Agrega Ella, textual: a un costado de la sala, la cocina, ennegrecida por el humo donde, seguramente, según las costumbres del lugar, irían a pasar la mayor parte del tiempo.
Frees era el cocinero asignado para las mujeres. Frees tenía la particularidad de usar tarros tanto para cocinar como para comer. No había vajilla ni platos. Pronto, aquel hombre renunciaría, ya que en la Patagonia no era costumbre trabajar bajo las órdenes de una mujer.
La importancia de Lucas Bridge en el relato
Lucas Bridges juró que jamás iba a pasar una noche en la casa de un alemán. Habían sido sus intransigentes contrarios durante la guerra y en ella había perdido a su querido sobrino. Lucas Bridges era el personaje más poderoso, querido y respetado de la Patagonia. Por entonces corría el rumor de que en la próxima primavera echaría de las estancias a tres administradores alemanes. Entre ellos a Hermann Brunswig.
A la estancia Lago Ghío llegó Bridges con su bolso repleto de armas. Lo acompañaban dos jóvenes ingleses. Ante su presencia, los ecos aún vivos de la guerra resonaron en el ánimo del matrimonio alemán que la administraba. Ella era enfermera y se dio cuenta de que Bridges estaba muy enfermo. Lo invitó a pasar la noche en la casa, pero prefirió dormir en el galpón. La mujer advirtió a todos: está muy enfermo, así no puede salir, la fiebre llega a 42 grados.
Ella había estudiado enfermería en Alemania y se graduó de partera con las mejores notas. Esta noche se muere o se salva, le comentó a su marido. Mientras Bridges deliraba, colocó disimuladamente unas prendas sobre el bolso de las armas y se lo llevó a un lugar seguro. Para salvarle la vida, decidió apelar a un remedio improvisado: envolverlo en paños de agua helada. Y le comentó a su paciente la terapia a la que recurriría en el afán de evitar que el corazón sucumbiera ante la fiebre. El prestó su conformidad con una voz que parecía haber atravesado ya un límite sin retorno. Y apelando a las últimas fuerzas que le quedaban, le dictó una carta de despedida para su esposa y un telegrama para su amigo Mr. Renard, que estaba en San Julián. Este último pidió que se lo enviaran enseguida con un chasqui a la estafeta más cercana. En una parte se leía No hay trampa. Ella buscó uno de sus grandes toallones, lo sumergió en el agua helada del arroyo y envolvió el cuerpo del enfermo. El impacto fue terrible. Mr. Bridges lloraba de dolor como una criatura. Cuando el toallón se secaba volvían a mojarlo. Pasó la dramática noche y el inglés comenzó una lenta recuperación.
―¿Qué significaba el mensaje No hay trampa? ― le preguntó después.
―Si me hubiera muerto, ustedes hubieran tenido problemas. Un inglés moría, sin testigos, poco después de la guerra, en la casa de un alemán. No los hubiera salvado ni el cónsul. Sólo el telegrama les serviría de prueba.
Desde aquel día, la amistad entre sus padres y Lucas fue inquebrantable. Bridges se convirtió en el amigo dilecto y en el protector incondicional de ellos. Hasta el día de su muerte.
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OSCAR ALEUY, autor de cientos de crónicas, historias, cuentos, novelas y memoriales de las vecindades de la región
de Aysén. Escribe, fabrica y edita sus propios libros en una difícil tarea de autogestión.
Ha escrito 4 novelas, una colección de 17 cuentos patagones, otra colección de 6 tomos de biografías y sucedidos y de 4 tomos de crónicas de la nostalgia de niñez y juventud. A ello se suman dos libros de historia oficial sobre la Patagonia y Cisnes. En preparación un conjunto de 15 revistas de 84 páginas puestas en edición de libro y esta sección de La Última Esquina.
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