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Detrás del ganso que vuela: fundacionales de Aysén y Coyhaique

Por Óscar Aleuy / 15 de marzo de 2025 | 23:38
Visión del camino Aysén-Coyhaique hacia 1930 (Foto Archivo Museo Regional Aysén)
Puerto Aysén era la puerta de entrada del territorio del Áysen, donde llegaron los del sur y norte en busca de trabajo en las primeras compañías. Los recién llegados buscaban algún caballo viejo y barato para iniciar la travesía con pilchas y familia hasta la Pampa del Corral.

Mientras duraban los primeros trámites se iban a alojar bajo los árboles, aunque lo más común era buscar una cama en las pensiones. Una de las que más acostumbró la gente a usar se llamaba Pensión de don Chindo, una casona blanca y alargada, con segundo piso colmado de pequeñísimas habitaciones. Cada una tenía un bacín y un balde de agua con jabón y tal vez una toalla. Existía cerca de lo que después sería el actual hospital un gigantesco coigüe cuyas frondosas ramas y la potestad del tronco descomunal, servían para albergar a los hombres solos con sus caballos y perros. Ese árbol estaba en medio de la ciudad y medía cerca de 40 metros de alto. La gente le puso el nombre de hotel del coigüe.

Mientras se consideraba Puerto Aysén como el lugar más importante de entrada y salida de los cargamentos, el verdadero centro de operaciones continuaba estando en la romántica área de Coyhaique Bajo, donde los ingleses habían levantado una verdadera ciudadela con casas de peones y administrativos, escuela, iglesia, herrería, matadero, chanchería, cancha de tenis, pulpería y comedor de peones.

Los sitios de administración correspondían a los de recepción de carga y centrales de teléfono a magneto que utilizaban los funcionarios para contactarse casi instantáneamente con Ñirehuao y otras estancias. 

Generalmente el viaje hacia Coyhaique Bajo comenzaba en Puerto Dun, estratégico centro de cargamento de materiales y elementos de trabajo, emplazado a unos cuatro kilómetros del poblado. Desde ahí se empezaban a acercar caballos y hombres al mal recordado trayecto hacia el Balseo, primera etapa del viaje que culminaba una semana más tarde en la Estancia. La mayoría de los hombres jóvenes recién llegados al territorio ni se imaginaban lo que sucedía en aquel primer emplazamiento de movilización, por lo que hubo siempre personas que les alertaban de los riesgos que correrían y las precauciones en abrigo, alimentación y paciencia para sortear los escollos del viaje.

Llegando al sector del río Mañihuales, El Balseo

Al llegar a Balseo había tres opciones de embarque de carretas, caballos o gentes de a pie, situadas a una diferencia de 400 metros cada una. En aquel lugar aún no comenzaban a construirse los pilotes para el puente colgante, el que sería arrastrado dos veces en el espacio de seis años por las inusuales correntadas productos de la creciente del río Mañihuales. El puente, que luego sería definitivamente conocido con el nombre de El Balseo, fue mandado a construir primero por el maestro mayor de obras Abraham Bórquez Patiño, y finalmente por el contratista Víctor Manuel Rodríguez, subsistiendo aún esta construcción que representa una pieza única de preservación.

Mientras tanto, en lo que luego sería Baquedano, continuaba desarrollándose una febril labor administrativa del centro de operaciones, que era un lugar bastante boscoso al que se le agregaron hileras de centenares de álamos que permanecen hasta nuestros días. Había en todos los sectores amplios jardines, praderas y alamedas y el lugar fue llamado La Estancia porque se llegaba a estar ahí, a acomodarse y a bien estar o pasar una buena estancia. Claro que sólo se descansaba algunos domingos y fiestas de guardar, ya que el trabajo era arduo e incesante por las exigencias impuestas por los administradores.

Las construcciones se limitaban a una casa central de la administración que fue destinada al médico George Schadebrodt, casa que aún se conserva junto a la pulpería y la cocina de peones, casas de los administradores, bodegas, la pulpería del fondo y la de afuera, la grasería, la chanchería, la cancha de fútbol y la de tenis y decenas de corrales y mangas.

Anderson, García Lyon, Verdugo, Monroe, Stillman, Stockling, McCloud, Buchanan, Kussen, George Burns, Rosa Bellot, Zamora, Ringeling, Schadebrodt, Larraín Prieto y tantos otros, constituyen nombres sonoros que la historia ha grabado en caracteres indelebles, a sangre y fuego en el recuerdo de esos tiempos iniciales. Nombres que pertenecían a la plantilla de la estancia y que laboraban indistintamente como técnicos, administradores, pulperos, contadores, quinteros, capataces, con cargos de alta jerarquía en una estancia ganadera cuya organización era un ejemplo. 

Recuento de los Sucesos de Puerto Aysén en 1931.

 Retomamos el viaje inconcluso por los sucesos de 1931, en medio del fragor del nacimiento de los pueblos, las inauguraciones, las fundaciones de aldeas, el diseño de los primeros caminos de verdad. El viejo Víctor Schwartz tenía un aserradero y manejaba muy bien aquel lucrativo negocio. En pleno noviembre de aquel año llegaba un extranjero a Puerto Aysén y se radicaba ahí, preguntando dónde podía comprar un aserradero. Don Víctor fue hasta él y le ofreció arrendárselo. Se llamaba Víctor Jick y venía de Santiago. Era industrial titulado y alemán. Venía con una idea descabellada: construir casas prefabricadas y venderlas. En esos tiempos se conocían con el nombre de casas portátiles y el industrial las ofrecía con grandes facilidades de pago.

 Otras novedades de la época consignaban concursos públicos por todos conocidos. Notable fue aquel de la Honorable Junta Local de Beneficencia que solicitaba llenar la vacante de Identificador y Calculador de Subsidios del Policlínico, con una renta de 300 pesos mensuales. 

 Chile había elegido recién presidente de la república y era Juan Esteban Montero, el recién asumido, quien dirigía una conceptuosa nota al intendente Marchant en los términos siguientes: “Presidencia de la República. Juan Esteban Montero saluda atentamente al Sr. Intendente de Aysén y le ruega quiera manifestar a todos los firmantes de la nota adjunta a su carta sus más profundos agradecimientos. Montero queda especialmente reconocido de Ud. por su delicada atención.”

 Causaba hondo impacto entre la comunidad del puerto el ahogamiento del ciudadano Perciniano Ojeda González, natural de Mesquihue, quien se presumía había sufrido un ataque mientras se encontraba cruzando el río Futaleufú. Las noticias llegaban rápido y se conocía por el último mensajero el nombramiento por decreto 120 del Subdelegado Interino de la comuna de Lago Buenos Aires, José Felmer Potthof, mientras que quien ejercía dichas funciones hasta ahora, don Aníbal Fuenzalida Zúñiga, asumía el nuevo cargo en el naciente Baquedano. Suponemos que Baquedano en 1931, luego de haber sido fundado en 1929, debería haber tenido unas cincuenta casas levantadas.

La Balsa del río Mañihuales. Le pusieron el nombre de El Balseo, antes de los años 30 (Foto Grupo NLDA)

 Hechos luctuosos en El Baker

El mismo Felmer denunciaba hechos complejos que se suscitaban en la localidad sureña de Bajo Pisagua, lugar que era constantemente asolado por los ataques de los chilotes que merodeaban los mares del sur en busca de alimentos y viviendas. Pero justamente en aquella misma época, Octubre de 1931, se descubría un incendio intencional en el Baker, cuando se hallaba ahí una cuadrilla de cuatro hombres con la misión de salvaguardar y proteger las bodegas y las casas de la administración, entre otros, Klaus Neumann, Lancaster, Fromm y el peón chilote José Pérez. Las bodegas repletas de mercaderías se encontraban expuestas a ataques de los boteros indígenas y la administración, preocupada por ello, les había entregado la responsabilidad a estos cuatro hombres de confianza. Sin embargo, producto de la insanía de Pérez sucedió algo que precipitó una tragedia. Éste, en un momento determinado se volvió loco (así lo comenta Felmer Potthof en su escrito), atacando con cuchillo a Fromm y causándole varias heridas. Al pedir auxilio, acude Neumann quien trata de intimidar a Pérez con algunos disparos de revólver, pero el chilote acomete con furia contra él, quien al verse acorralado descarga su arma de fuego hiriéndole en una pierna, demostrando impericia en el manejo de su arma de fuego. Pérez, herido como estaba, logra saltar hacia su oponente y le abre el vientre de una certera puñalada. El grupo de hombres escapa del insano y días después, una patrulla de carabineros va a constatar en el lugar de los hechos de qué forma el chilote Pérez, absolutamente fuera de sí, ha incendiado bodegas, galpones, casas y corrales.

 Algunas sorpresivas visitas

Por esos tiempos visitaba la provincia un grupo de reverendos padres franciscanos, quienes arribaban por el vapor Coyhaique. Eran ellos Bernardino Eyzaguirre, superior de la comunidad del Maule, Manuel Cárcamo, superior provincial de Traiguén y Felipe Oyarzún, párroco de Castro. Su viaje obedecía a estudiar la forma de establecer en Aysén en forma definitiva un convento franciscano, siempre que cuenten con ayuda gubernamental. Al parecer la idea nunca prosperó.

 Mientras ello ocurría, la plaza 18 de Septiembre de Puerto Aysén se había entregado a una actividad de completo hermoseamiento, con la colocación de 13 nuevos escaños que eran pintados de blanco y el levantamiento de una atractiva garita que serviría de abrigo a los carabineros que montaban la guardia nocturna. Aquel pequeño kiosco inicial luego crecería, convirtiéndose según fotos que tenemos a la vista, en el principal foco de la atracción dominical para las retretas musicales de la banda de carabineros. Quien se adjudicaba las propuestas para esta obra de innegable importancia para el principal paseo público era don Juan Rusque Adrián, a quien le correspondía también las obras de la plaza 21 de Mayo, cerca del muelle. El alcalde, don Ciro Arredondo Lillo había aplaudido esta iniciativa para el hermoseamiento de ambas plazas, verdaderos símbolos de la primera configuración espacial del poblado.     

 No había por qué desestimar hechos puntuales de gran relevancia, como la inauguración de la primera comisaría de Carabineros, a través de una inolvidable manifestación social brindada por el comandante Parra y el recordado Míster Kalstromm, don Konstantino. Grandes vecinos engalanaban la vida pública del puerto, cuyos nombres se quedan entre nosotros: Carlos Bartsch, Ricardo Kuschel, Alfonso Olea, Juan Dougnac, Fidel Henríquez Cornish, Amador Durán, Víctor Schwartz, Horacio Squella, Carlos Kriz, José Cordaro, Nicolás Nustas, Miguel Abufhele, Roberto Rosell. La mayoría eran extranjeros, si usted analiza sus apellidos.

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Oscar Aleuy, autor de cientos de crónicas, historias, cuentos, novelas  y memoriales de las vecindades de Aysén. Escribe, fabrica y edita sus propios libros en un difícil trabajo. Ha escrito 4 novelas, una colección de 17 cuentos patagones, otra colección de 6 tomos de biografías y sucedidos y de 4 tomos de crónicas de la nostalgia, niñez y juventud. A ello se suman dos libros de historia oficial sobre la Patagonia y Cisnes. En preparación un conjunto de 15 revistas de 84 páginas puestas  en edición de libro y esta sección de La Última Esquina.

 

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