Marisol Cumsille llega a la cita a eso de las 12 horas en el café bar restorán “La última frontera”.
De inmediato da un vistazo rápido al ingreso del lugar y pregunta: “¿Regaron? ¿están seguros que lo hicieron bien? Veo que por aquí falta un poco… ¿Ya, quién regó? Parece que no sabe cómo se hace…”
En instantes aparece un joven quien tendrá la tarea de volver a regar el ingreso al recinto que tiene mucho verde, harta naturaleza, como un bosque valdiviano.
“Buenas tardes jefa”, dice otra joven; luego otra persona también la saluda.
Marisol responde y se acomoda a la mesa para la entrevista con Diario de Valdivia.
Esta empresaria gastronómica dueña del café bar “La última frontera" no es una persona común. De partida, no responde a los estereotipos que uno podría pensar de una mujer de 63 años confesados sin problema.
Es de baja estatura, viste una polera negra con la imagen de un álbum de la banda de hard rock ACDC, shorts que le llegan por sobre la rodilla y unas zapatillas ultra cómodas.
Marisol conserva el cabello negro con rulos que terminan por la nuca en una serie de dreadlocks, esas especies de trenzas propias de los seguidores del reggae y que ella luce con orgullo.
En sus brazos luce grandes tatuajes con imágenes que llevan significados que para ella son importantes
Este look que mantiene a ultranza es parte de su ser. No podría ser de otra forma. Ella es así, una rockera definida y que mira el mundo con esos ojos, aunque diga que en ciertas ocasiones, ese aspecto le haya jugado en contra.
¿Cambiar? Imposible.
Marisol es una buena conversadora. Habla fuerte, pasa de un tema a otro con una enorme facilidad. Siempre tiene una palabra acertada y algún comentario que hacer.
Puede pasar de hablar de rock a comentar de pintura con la misma facilidad que analiza el momento económico de la ciudad y la administración de “La última frontera”.
Acompaña sus comentarios con el movimiento de sus manos, con más de alguna sonrisa y algunos momentos de pausa.
Marisol Cumsille es una persona única en el ambiente de los empresarios gastronómicos de Valdivia. Rompe esquemas, podría decirse.
Marisol es santiaguina. Específicamente de la comuna de Ñuñoa. Comenta que creció en un ambiente donde había lugar para la cultura.
Si bien sus padres se dedicaban a trabajar en diversas labores, siempre tenían espacio para la pintura, poesía, dibujo, la escritura y la música en su casa. De ahí le viene la veta artística que corre por sus venas.
Confiesa que de niña era “bien pesadita”. Por lo inquieta y llevada a sus ideas más que nada.
Por eso, cuando la castigaban la enviaban sola a una sala de su casa. Allí en ese espacio había estantes con libros. Y como no tenía nada más que hacer, aprovechaba la oportunidad de leer.
Así se le creó una costumbre que mantiene hasta el día de hoy cuando se hace difícil dejar la pantalla de los aparatos electrónicos.
Y si bien sigue prefiriendo el tradicional libro, no le hace el quite a leer algo interesante en el iPad, esa tablet que le permite conexión al 100%.
También tiene espacio para el cine. Ha desarrollado proyectos audiovisuales que la entusiasman. Y para variar, escribe poesía cuando le llega la inspiración.
Era la década de los 80 y Marisol Cumsille dejó Santiago para aventurarse en Valdivia.
Atrás quedaba lo conocido y familiar para llegar a una ciudad en pleno invierno, la que le pareció hostil. “Imagínate, en esa época llovía de verdad. Semanas corridas”, cuenta.
Estudió Literatura en la Universidad Austral, pero siempre supo que el trabajo la haría salir adelante.
Las ofició de artesana vendiendo su trabajo en plena calle Picarte, siguió en diversos oficios hasta que ingresó a un restorán. Allí aprendió desde abajo, supo del manejo de la cocina y poco a poco fue sacando lecciones de lo bueno y lo que había que mejorar.
Ese conocimiento fue clave para que, luego de los años, diera origen a su propio emprendimiento.
Con una amiga (Sole) y la ayuda de varias personas, comenzó desde lo más básico. Con muy poco. “Hicimos los muebles, reparamos el lugar y nos acomodamos. Así comenzó “La última frontera”. De eso ya 24 años”, cuenta.
Hoy el café, bar y restorán ubicado en calle Pérez Rosales 787 es un imperdible en el ambiente gastronómico de Valdivia.
Instalado en una vieja casona frente a la iglesia San Francisco, es un espacio que parece un museo. En sus paredes y rincones hay elementos que para Marisol tienen un recuerdo especial y que le dan al lugar un aspecto bohemio y por qué no decirlo, también hippie.
Sus papas bravas tienen fama, pero del mismo modo destacan los sánduiches creados por ella y clientes habituales, pero donde el equipo completo ha ido aportando para probar con nuevos sabores y aromas.
El local promete la mejor cocina casera a diario. Todo acompañado de cerveza artesanal de la ciudad, además de las conocidas industriales.
Un panorama imperdible en Valdivia.
Pintora, cineasta, poeta, escritora y empresaria. Marisol Cumsille es multifacética. “Me viene de familia. Además, por mi entorno. Donde me crié en Santiago había cine muy cerca. Los barrios tenían esa opción; entonces, los niños íbamos al cine bien seguido. Participábamos en actividades culturales… eran otros años, otra época”, señala a Diario de Valdivia.
-Tu estilo es bien especial, ¿cómo ha influido en tu desarrollo como empresaria gastronómica?
“¿A esta edad jajaja? Lo que pasa es que mi corazón es rockero. Si tú eres una persona decente, no molestas a nadie, no tendrían por qué molestarte. La imagen del rockero ha ido cambiando. La gente se ha dado cuenta a que a uno le gusta esta música, la contracultura, pero no por eso vas a ser una antisocial. Soy súper respetuosa de los demás, pero exijo lo mismo. ¡Me carga la discriminación!”.
-¿Te han discriminado?
“Sí. Años atrás porque uno no se adapta al estereotipo. Ha cambiado con el tiempo eso sí. Yo estudié en colegios de curas y de monjas y me echaron de todos… al analizar con los años, me he dado cuenta de que fue por puras tonterías”.
-¿Todo el equipo de “La última frontera” despliega la misma energía que tú en este trabajo?
“Lo que pasa es que todos los que trabajan aquí conocen el discurso. Este no es un lugar igual a todos. No queremos ver a las personas sólo como clientes. Somos diferentes y tenemos días buenos y malos. El sentido es que te sientas en tu casa, acogido”.
“Al llegar a esta ciudad sentí que era difícil entrar con la gente de aquí. El clima no ayuda tampoco. Por eso quería ofrecer un lugar donde te sientas bien, agradable. Acá hay respeto, espacio, no llenamos de mesas. La idea es estar cómodos”.
-¿Te consideras la fuerza que empuja hacia adelante “La última frontera”?
“Sí y a veces me sorprendo cómo con todos los problemas de la pandemia, sigamos con esta misma fuerza”.
-¿De dónde viene esa energía?
“No sé. Quizás de mis abuelos inmigrantes que llegaron a este país a trabajar y salir adelante. Hay muchos inmigrantes que son muy decentes, el problema es que entre medio se colaron otros”.
-¿Tu equipo de colaboradores está en la misma sintonía?
“Bueno y si no están habrá que hacerlos estar nomás jajajajaja… Sabes, a veces cuesta comprender que las personas piensen como uno. No me gusta vigilarlos. Tenemos nuestra seguridad, pero no ando detrás de ellos, no les abro las mochilas cuando se van del trabajo”.
-¿Viste eso alguna vez en Valdivia?
“Sí, claro. Eso sucede. Siento que uno debe respetar para ser respetado. Aquí cuando alguien se sale de madres son sus mismos compañeros quienes lo ubican”.
-¿Te costó ser jefa?
“Es que como yo comencé desde abajo, lavando platos, recorrí todo el camino. Por eso entiendo a quienes trabajan conmigo”.
-¿Pero te consideras una buena jefa?
“Yo creo que sí. Me costó aprender a mandar. Estoy pendiente de todo, trabajo con mi hija y mi hijo. Tenemos un buen equipo y eso me permite trabajar tranquilla. Trato de no hacer lo que vi que se hacía en otros restoranes en los que trabajé”.
-¿Está “La última frontera” en el nivel que esperabas?
“Pensé que iba a tener más plata a estas alturas jajajajaja… Íbamos bien hasta que llegó la pandemia. Debimos ajustarnos y asumir las deudas. Logramos tener nuestro equipo de 38 personas y estamos saliendo adelante”.
-¿Cuáles son las proyecciones para este 2023?
“Queremos retomar lo que habíamos alcanzado antes de la pandemia. Tenemos música desenchufados y mantendremos nuestra amplia carta de sánduiches. Aquí hay espacios para todos. Desde el profesor universitario hasta las señoras que se juntan con sus amigas. No segregamos… a no ser que te lo merezcas jajajaja.
“La última frontera” atiende de lunes a viernes de 10 a 00.30 horas. Sábado en las mañanas, se cierra a la hora de almuerzo y se retoma a las 18.30. Domingo cerrado.
Se recomienda llegar temprano porque por lo general hay mucha gente.
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